El verano pasado trabajé para un paisano en sus campos, y vivía en su granja. El tío tenía animales de todo tipo y condición: vacas y cabras, a las que amaba (en un sentido metafórico, espero), unas cuantas gallinas, dos perros, algunos gatos, y dos pavos. Bien, pues puedo asegurar que tenía mucho más cariño por aquellos dos pavos que por cualquier perro o gato de la granja.
Eso me hizo replantearme muchas cosas acerca de qué significa tener una mascota, lo que llamamos animal doméstico y su utilidad. El hombre este acariciaba a aquellos pavos, más feos que nada, que respondían a su llamada y loaba su inteligencia por encima de la de cualquier otro de sus bichos. Para los perros y gatos ni miraba, si no era
Cualquiera hubiera dicho que eran los perros y los gatos quienes debían ocupar ese papel preponderante como favoritos en aquella pequeña corte. Pero, ¿por qué? ¿Quién dice lo que es un animal de compañía? ¿Qué es una mascota? Yo tengo la idea preconcebida de que, si tengo que definir el concepto, llamaría mascota a un animal que nos hace compañía y no tiene otra utilidad real para nosotros sus amos.
¿Pulpo como animal de compañía? ¿Y por qué no?
Claro que también soy capaz de darme cuenta que cualquier animal que vive en nuestras casas (salvo las últimas tendencias, fruto de nuestras hiperdesarrolladas y aburridas sociedades) tiene un pasado útil; perros y gatos no eran animales de compañía cuando empezaron a ser animales domésticos, sino que fueron “contratados” por su utilidad como guardianes o cazadores. Que luego empezaran a caernos simpáticos, nos sorprendieran sus capacidades y empatizáramos es harina de otro costal.
Por lo que se ve, mi patrón no tenía los criterios “habituales”. Él veía a sus perros y gatos como a sus vacas: estaban allí para trabajar y producir, los apreciaba por su utilidad. Los pavos, sin embargo, llevaban una vida regalada y nada se les exigía, sino responder con sus guturales ruidos a los cariños que les prodigaba el amo. Eran sus mascotas, a los que sólo pedía su presencia.
Lo bueno de todo esto es que, efectivamente, los pavos respondían con creces a los mimos y al entrenamiento. Sabían cuándo debían acercarse a él y ulular, y cuándo abrir las alas. Además, prácticamente ronroneaban cuando les acariciaba la cabeza. Feos eran como pocos, pero se me reconocerá que anda que no lleva la gente perros feos por la calle. Entonces, ¿qué soberbias mascotas nos estaremos perdiendo entre gansos y cabras?