Los gatos son bastante propensos a las enfermedades renales. Tanto a problemas renales de carácter crónico como a padecer un fallo renal agudo. Cuando el riñón de tu gato falla el síntoma más visible es que el animal bebe mucho y orina con frecuencia. Pero al no funcionar correctamente, el gato se deshidrata.
Como además el fallo en el riñón causa acidez en el estómago, el gato se encuentra mal y deja de comer, lo que hace que se debilite rápidamente y aparezca el riesgo de lipidosis. Esto es algo que hay que evitar.
Una vez que el veterinario ha controlado el problema de riñón del gato y especialmente si se trata de un problema crónico, va a recomendar que se le de al animal una dieta de por vida. Esta dieta va a consistir en pienso, latitas y bocaditos especiales para gatos con problemas renales.
La característica más importante de este pienso es que es bajo en proteínas, algo muy importante ya que las proteínas causan muchos residuos que deben de ser filtrados por el riñón. Tomar demasiadas proteínas hace que el riñón que ya no trabaja como debería se vea sometido a un sobreesfuerzo, lo que acrecenta las posibilidades de un fallo.
Acostumbrarse a la nueva dieta
En el mercado hay muchas marcas que ofrecen productos especialmente pensados para gatos con problemas de riñón y que tienen diferentes sabores. Algunos gatos son reticentes a cambiar la dieta y es necesario introducirlos poco a poco.
Dado que es muy peligroso que el gato deje de comer, lo habitual es mezclar el nuevo producto con el que la mascota comía habitualmente hasta lograr que se habitúe al sabor, algo que puede ser un poco costoso.
Quizás haya que probar con diferentes marcas antes de encontrar la que mejor le vaya a tu animal y la que le agrade en sabor y textura. Si el animal comía pienso, busca pienso y si prefería latitas, busca un paté.
Controles periódicos
Es importante señalar que los problemas de riñón en gato no se detectan hasta que no se ha producido un avance importante en la enfermedad. Por eso, especialmente en gatos mayores de ocho años, es muy recomendable realizar una analítica cada año cuando se lleva a vacunar y, en caso de que se detecte un riesgo o el gato tenga una edad mucho más avanzada, realizar los controles cada seis meses.