Demasiadas veces he oído comentar que alguien iba a coger un gato solamente porque consideraba que eran más fáciles de cuidar que un perro, sin pararse a pensar en que entre perros y gatos hay muchas más diferencias que la de no tener que salir a pasearlos.
Otra de las cosas que he escuchado, y leído, es que la gente que necesita recibir amor prefiere a los perros y la que necesita dar amor siente predilección por los gatos. No sé si tendrá una base psicológica, pero es cierto que por regla general, los perros están mucho más prestos a requerir tu atención a través de grandes muestras de afecto que los gatos.
Esto no significa que los gatos sean ariscos, ni muy suyos, ni interesados, ni un montón más de etiquetas que se les suele poner. Simplemente, perros y gatos son animales completamente diferentes y que tienen sus propios códigos de conducta y lenguaje. Y si queremos comprender tanto a unos como a otros deberemos hacer un esfuerzo en aprenderlos.
Sorpresas de la vida
Yo siempre pensé que tendría un perro, hasta que hace más de 10 años una gata que vivía en las inmediaciones de donde trabajaba me escogió e hizo que cambiaran todos mis esquemas gatunos, llenos de falsas ideas preconcebidas. Desde entonces no he parado de aprender de ellos, de admirarlos y de sorprenderme con cada uno de los gatos que han compartido mi vida, tanto adoptados como de acogida.
Porque cada gato, al igual que cada perro y cada persona, es único. Única es su manera de quererte, de hacerte saber que están ahí, de recibirte como uno de su comunidad… porque sí, los gatos que viven juntos forman una comunidad, no una manada en la que un ejemplar es el líder, sino un grupo de individuos con sus particularidades.
Comprender su lenguaje
Lo de arisco es uno de los epítetos que más se suele llamar a los gatos. Suele estar asociado a que alguien ha querido achucharlo o cogerlo en brazos y ha recibido un arañazo o un marcaje, que es cuando te cogen con los dientes apretando sólo un poco como aviso. Sin embargo, lo que esas personas han hecho es querer tratar a un gato tal y como harían con un perro.
Y, además de cometer ese error, lo han hecho sin conocer las señales de incomodidad de los gatos. Mucho antes de arañarte, el gato ha efectuado todo un abanico de señales para indicar que no le está gustando lo que le estás haciendo… yo lo he ido aprendiendo de la observación y cometiendo mis propios errores.