Con el final de mes me pongo siempre un poco melancólico. Sé que las cartas del banco están al caer, tengo que levantar todo el rato la hoja del calendario, en fin, recibo signos evidentes del fin de un ciclo; pequeño, de 28 días, 31 a lo sumo, pero un ciclo al fin y al cabo. Me vuelve a la cabeza una idea inquietante que me ronda hace tiempo.
Tiene que ver con la relación humana con los animales, tormentosa a más no poder. Unos nos encantan, a otros los aborrecemos, y en general disponemos de ellos como los amos de la Creación que al parecer somos (o los más evolucionados e impactantes de los animales, que para el caso es lo mismo).
Discutiendo sobre el vegetarianismo, el veganismo y tal se suele llegar al caso de los animales de consumo. Más bien, a cómo tratamos a los bichos que vamos a comernos. Todos concordamos en que es una crueldad, aunque ante ello unos alzan los hombros y otros sacuden la cabeza. Para unos es inevitable; para otros, un crimen digno de los tribunales internacionales.
Los animales no son personas, y eso no es ningún desprecio, al contrario…
Seguramente, nuestras actuales granjas avícolas y ganaderas, con sus sistemas de alimentación y sacrificio, no sean sino una versión pervertidamente refinada y eficiente de nuestra tendencia natural-cultural de comer carne. Usamos a esos animales a nuestro antojo. ¿Eso es un comportamiento poco humano? Al contrario. ¿Éticamente reprobable? Eso podría ser, depende de la sensibilidad de cada uno.
Es el momento de llamar nuestra atención sobre el hecho de las mascotas. Aparte de animales de uso y trabajo, los humanos tenemos animales de compañía. En general los queremos mucho, pero eso no quiere decir que no dispongamos de ellos a nuestro antojo. Si le preguntamos a ellos, a lo mejor sus situaciones de vida no les complacen tanto como sus amos pudiéramos creer.
A mí personalmente, si yo fuera un gato, no me gustaría estar confinado eternamente en un piso y además castrado “por mi bien”. Será porque no quieres que te lo arañe todo y te moleste maullando en plena noche. Si yo fuera un perro, te iba a meter la correa y las croquetas por donde te cupieran, amo. Si yo fuera una madre mascota cualquiera no estaría precisamente encantada con la desaparición de mis crías.
Creo que es una cuestión que no queremos plantearnos, pero, aunque seguramente ya sea tarde para la mayoría (genéticamente hablando), nuestras mascotas estarían mejor sin nosotros. Por eso me viene a la cabeza el bolero de Los Panchos: nosotros / que nos queremos tanto/ debemos separarnos / no me preguntes más / no es falta de cariño / te quiero con el alma / te juro que te adoro / y en nombre de ese amor / y por tu bien / te digo adiós.