Gatorrelato en tercera persona

Gatorrelato en tercera persona

Míralo. Es la elegancia hecha carne, cubierta de pelo y rematada con unos bigotes y unos ojos… bueno, felinos. Ojos que hablan, ojos que traspasan. Se me tiene que notar. Estoy perdidamente enamorado del gato. No de uno en concreto (tengo mis preferidos), sino de la especie en sí. Estoy enamorado de Felis silvestris catus, sí, y no me importa gritarlo a los cuatro vientos.

Estoy convencido de que son una especie, aparte de fascinante, superior. No sé respecto a los delfines o los monos, pero claramente superior a nosotros, eso está claro. Físicamente no creo que quepa ninguna duda, tanto en lo funcional como en lo estético; intelectualmente… bueno, se nos da mejor transformar el medio, pero a estas alturas, me parece evidente que en otros aspectos nos supera la lombriz común.

Gatorrelato en tercera persona

No sabes si te va a decir «I love you» o está planeando cómo matarte; ahí radica su superioridad

 

Ha aparecido sin hacerse notar, salido de quien sabe dónde, en silencio. Primero apareció su cabeza a media altura, luego sus contoneantes hombros, detrás todo el estilizado cuerpo, la cola haciendo de timón. Tras una inspección visual rutinaria poco interesada (como diciendo “bueno, esto está como siempre”) se dio una vueltecilla antes de dejarse caer con un aire de afectado cansancio en una esquina.

Su innegable superioridad física les permite ser altaneros; soy chulo porque puedo

Está aquí un amigo que lo saluda, lo llama, lo jalea. El gato lo observa como si se acabara de caer de un guindo, como compadeciendo a un adulto haciendo semejantes aspavientos; creo que con frecuencia nos mira como si tuviéramos alguna seria tara mental. Enseguida adopta su trabajada y humillante actitud de indiferencia y se dedica a lavarse largamente, sin prisa, insistiendo en los lugares problemáticos y entrecerrando los ojos progresivamente.

El gato se ha quedado adormilado después del acicalado. Aún así bandea la cola de forma indolente, y mueve las orejas al son de algún ruido ocasional, sin abrir los ojos. Cambia un par de veces de postura, estirándose, y una de ellas suspirando, demostrando cómo se aprovecha la vida, una actitud zen que ya muy pocos humanos pueden encontrar. A lo mejor por eso os miran como si fuéramos gilipollas.

Al cabo de un rato empieza a desperezarse. Me mira como compadeciéndose y se acerca lentamente, como he visto hacer a algunas mujeres, a dejarse acariciar. Me está haciendo un favor, y los dos lo sabemos. Como no se me da mal el arte de la caricia, al cabo de un rato ronronea complacido y se restriega contra mí. En momentos como este no tengo muy claro quién es la mascota, y quién el amo.